¿Alguna vez os habéis preguntado a quién se le ocurrió asar unas castañas por primera vez? Esta es una leyenda de tierras salmantinas, pero que da buena cuenta de la capacidad energética de este pequeño producto.
Había una vez un grupo de mozalbetes que se encontraban deambulando por el monte. Aquella jornada de finales de noviembre anocheció más rápido de lo habitual y la temperatura bajó cual canto rodado por la ladera más empinada. Los jóvenes se encontraban aún lejos de casa y el húmedo frío comenzaba a colarse por sus entrañas, así que decidieron improvisar una hoguera para calentarse a mitad de trayecto y aguantar hasta poder alcanzar el hogar. Pero había un problema, toda la leña alrededor estaba mojada.
Pensaron en correr hacia casa, pero la fatiga les hubiera provocado una sudadera capaz de derivar en pulmonía. Estaban a punto de arrojar la toalla cuando uno cayó en la cuenta de que podían quemar las castañas que habían recogido. Estaban secas, dentro de un zurrón, y podrían prender como la madera.
Sobre la hojarasca seca colocaron varios puñados del fruto y, esta vez sí, la chispa ardió. Al momento se generó una pequeña fogata que comenzó a proporcionarles calor. Sin embargo, en lugar de prenderse, las castañas terminaban por abrirse y saltar. Uno de los jóvenes se acercó una castaña a la boca para probarla. “¿Desde cuándo las castañas se comen como la carne?” le recriminó otro. Pero hizo caso omiso. Nada más saborear la castaña asada, el valiente comensal brincó con fuerzas renovadas. Era algo milagroso. De repente se sentí lleno de energía.
Al verlo, sus compañeros hicieron lo propio, obteniendo así las fuerzas necesarias para regresar hasta el pueblo sin mayores problemas. Desde entonces, se dice que comer siete castañas pasadas por fuego durante los últimos días de noviembre atrae la energía de la tierra hacia el cuerpo y la fortaleza al alma.
Fuente: www.salamanca24horas.com
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